Se van al Chancho los poetas
Por Francisco Miranda.
Se van al chancho los jóvenes poetas. Para escapar de las porquerías del chiquero binominal. La culpa no es del chancho ni de los jóvenes poetas, sino de los amigos, parientes, vecinos y ex compañeros de curso de la casta ABC1, que nos tienen agilados con la ideología de las siliconas, las bisuterías y el cotillón. Se van al chancho los jóvenes poetas con los versos, los vasos y los besos. Se van al chancho los jóvenes poetas para tratar de despabilar las neuronas y las hormonas. Se van al chancho los jóvenes poetas con asuntos singulares, con ganas duales y deseos plurales. Cualquier día de la semana, los jóvenes poetas se van al chancho seis…
(francisco miranda - http://palabracallejera.bligoo.cl
Bar Chancho seis
Por Ronald Gallardo.
Me bajé del metro en estación Quinta Normal, salí de prisa por avenida Matucana hacia la calle Huérfanos, le hice el quite a un par de mojones de perro y tropecé con una mujer preciosa, de piel blanca, pómulos rosados y ojos negros. Una profundidad de océano en su mirada y un desliz de oscuridad encrispada en sus ojeras grises, evidenciaban la noche más larga que era toda su vida.
Ya estaba en las puertas del barrio Yungay, el barrio de los rotos, de los artesanos, de los obreros de cuello blanco, de los albañiles, de las maestras de primaria, de los poetas y poetisas, de las putas y travestis, de las secretarias y férianos, de las librerías y revisterías, de los teatros, museo y parques, de los Negros, Cholos, Chinos, Mapuches y Árabes. Ya estaba sobre las calles del casco más antiguo, hermoso y alucinante de Santiago de Chile. Ya estaba a salvo.
Caminamos un par de cuadras uno al lado del otro sin decir una sola palabra, no era necesario. Subimos hasta calle Maipú y entramos mecánicamente al bar Chancho Seis, ella pidió un Ron Habana y yo un Juanito caminante. Juan Carlos, el gestor y dueño del bar me atendió sonriendo como siempre y me guiño un ojo, como preguntándome dónde había encontrado a esa mujer tan linda que brillaba con oscuridad propia.
Eran las 11 de la noche y el bar ya era una casa de remoliendas, repleto de juventud y abuelos, porque cabe decir que aquí en el Chancho Seis se reúnen los viejos estandartes y los nuevos perros románticos. Las chicas van y vienen del baño, se sientan en las piernas de sus amantes y ellos van y vienen también. Así de esa manera y reunidos como pulpos alrededor de las mesas, todos se prestan atentos a escuchar las palabras del rock. Puedo ver como otros comensales están parados y afirmados en la barra, disfrutan de los caldos de la noche y del concierto poético, como si este último fuera el preámbulo murmullo del cabaret que vivirán de madrugada.
Le robo un beso a la chica de ojeras grises y ella también me besa con soltura. Nos vamos moviendo como lobos sueltos que toman forma humana y se devoran en un diálogo sexual feroz que asusta. La noche está desatada y es una luna llena de vapores etílicos que invaden de romanticismo el bar y todos comenzamos a irnos al Chancho una, dos, tres, cuatro, cinco, hasta seis veces. Y las paredes adquieren un vaivén de tren; ese caballo de fierro que nos lleva por estaciones olvidadas, por pueblos fantasmas añorados que somos siempre nosotros mismos. Uf!! como me siento Dios mío! en este viaje aterrador sobre los sentidos vitales. Y las palabras vuelven siempre aunque no las quieras, vuelven como telas de araña que atrapan nuestra atención, salen como balas de plata a través del micrófono, se vuelven imágenes ultra expuestas en el telón de fondo de la placa que llevamos por cerebro y amalgama de corazón. Y así nos vamos revolcando entre unos y otras en este acogedor chiquero del Chancho de Yungay.
Tráigame otro trago, y otro más!!…. gritan a una voz desde el fondo…las poetisas malditas de la calle de Bodeliere, y luego continúan moviendo sus lenguas libidinosas dentro de la boca de sus amantes desamparados. Trae otro ají de gallina y otra botella de tinto!!, gritan los abuelos de la nada, poetas de la calle de Nicomedes Guzmán, cercana a la columna vertebral de San Pablo.
Con los brazos en alto pasan bandejas de sangüches de todo tipo y la maldita salsa de ají rojo que podría saborear el sangramiento de mí ulcera duodenal. Pero esta noche es una noche de aquellas y me lanzo estimulado por el armónico hábitat del bar y de todos los invitados.
Es nuestra producción y hay que darse a ella con todo!!.
Se escuchan los trenes de la noche que canta Wiedmaier en escena y me escucho leer algunos textos propios y otros de Jorge Teillier, de Prodan, de Barret, de Solari, de Lihn y los participantes escenoescucha se suben en distintos vagones y se aferran a distintos momentos del show. El tango gusta a los jóvenes, la fuerza de Giacomo y las buenas cuerdas del guitarrista, elevaron el alma porteña que también tenemos. José Miguel Varas e Iris Largo disfrutan expectantes por la lectura en ruso de Inéska, del poema “Ciudad del si y ciudad del no” de Evtuchenko. Pelao Stevenson se mueve entre las mesas, Garza Gómez comparte una mesa romántica entre mostazas y cerveza. Las chicas no dejan de ir al baño y los chicos las esperan con ansias. Dorka organiza la mesa de los rusos.
En la trastienda , en la mesa en un rincón del lado izquierdo, bajo la barra, está la mesa mas piola de todas, la de los poetas de esta noche, ahí están Cristina Chain, Alberto Moreno y Eric Ascui, esperando salir a escena y atrapar con sus sonidos significantes los oídos y los nervios del escenoescucha.
Hay instalaciones de arte en cada rincón del chiquero del Chancho. Las mujeres vuelven a besar a los amantes desamparados. Una pintura en tela fragmentada, que si no me equivoco es de Kirby, cuelga del muro central y sobre la cabeza de Palacio, quien se rasca los ojos cansados por tantas pelotudeces acaecidas en nuestros días presentes.
Todo tipo de instalaciones, toda yuxtaposición de imágenes.
Las chicas siguen en fila y vuelven en fila del baño a sus mesas. Son como hormigas una tras otra…uf!! …tienen que verlas !!. Y Sepúlveda, entre que tiene a Brito entre ceja y ceja, se mueve silencioso por todas partes, y observa a las chicas, las sigue con su ojo obturador, las busca, las fotografía, se las lleva de alguna manera con él, es un desgraciado.
Llega un ciego volador, es Iván Djaver, percusiona junto a Wiedmaier, es seco. Es ciego como los murciélagos. Lentes oscuros y cajón peruano bajo el brazo. Todos brindamos en su nombre, mientras comenzamos a irnos en el ritmo percutido que acompañan las palabras del rock, para vagar por lugares recónditos de la existencia de todos nosotros en esta o cualquier ciudad del mundo.
Juan Carlos, el Dueño, anfitrión y poeta del Bar, lee su texto: “Váyanse a todos a la Chucha”. Y nadie le hace oídos, todos quieren el último estribo de la noche…
Barrio Yungay / Huérfanos con Maipú.
Santiago de Chile